ONIROMANCIA

Existe una ciudad en donde a veces retumban sonidos que resquebrajan las lisas e invisibles películas de las paredes que celosamente la contienen. Allí los rayos de sol o de luna osadamente irrumpen en su extensión, acusando nerviosos cosas extrañas que a veces suceden.
Cuentan algunos ciudadanos (los pocos que han notado estas manchas de luz en el manto de la robótica corriente de los días), que la guerra de historias fantásticas es la causa de los largos meses de lluvia.
Tantos sucesos hablan al tiempo entre la horda que no cabe en esta cementosa pecera, que es por eso que las paredes sudan intentando en vano contener tanta energía. Hay tantos vapores que se elevan muy alto como un solo melodioso hasta chocar con el techo invisible, mutando lentamente hasta convertirse en una temblorosa gota que ha de caer regresando al punto de partida en la ciudad. Por eso llueve sin cesar.
Pero esta historia comenzó cuando la lluvia desapareció repentinamente.
Las puertas blancas de una Casa Fría y Calculadora ya estaban cerradas como quien mordiéndose los labios esconde un secreto tentadoramente jugoso, que por juramento no se puede revelar. Adentro las cuatro lámparas de la casa sudaban y emanaban por sus poros un vapor como el que antecede el profundo aroma de un libro de hojas secas, pino y vainilla, que se abre después de haberlo liberado de un laberinto de cedro. Algo iba a suceder.
Mientras tanto, afuera se escuchaban unos tañidos perfectos e iguales como pasos matemáticamente pausados. Cada vez se acrecentaban y se dejaban adornar en los vacíos de silencio por ecos que parecían tres voces negras, gruesas y vibrantes.
Así, el timbre de la Casa Fría y Calculadora pidió audiencia en este episodio: anunciando al visitante hizo tres llamados en cinco segundos y luego regresó al mutismo.
Una guardiana, bueno, más bien una mujer de palabras claras, contra su voluntad disfrazada de guardiana, se acercó a la puerta abriéndola con ademanes de acostumbrada monotonía y con su voz enmascarada de frases que debía repetir tras horas enteras, se dirigió al visitante diciendo: Bienvenido a la Casa Fría y Calculadora, pase usted…Señor Solo.
El Señor Solo es el personaje. Todo un personaje que se ha hecho Solo a imagen y semejanza de sí mismo: ha crecido Solo sobre sus dos pies y asimismo ha tocado Solo las nubes, ha inventado Solo su casa, ha soñado Solo un mundo perfecto y se ha alimentado Solo de frutos no perecederos.
 Quisiera ver a mi Niña Azul... ¿Acaso se ha escondido para pretender asustarme con una nueva peluca de luna o un maquillaje de hielo? Replicó con ojos alegres y cristalinos el Señor Solo, que escondía algo entre sus manos.
 -No ha de preocuparse usted. Ella juega con sus jugadores a atrapar libélulas coloridas, pero el tiempo se ha terminado. Llega usted a tiempo. Dijo la guardiana con aire de complicidad.
En esta casa las canciones y los juegos se congelan cuando algún habitante deja salir de su boca la vasta palabra Tiempo…y al escucharla todos vuelan a otro rincón donde quizá pueda llover.
Así pues, tras la partida repentina de los jugadores, bajo el arco de una puerta antes sellada, los ojos de la Niña Azul brillaban y una sonrisa sin palabras saludaba calurosamente al Señor Solo que estaba sentado en una esquina. La luz de una de las cuatro lámparas jugaba con su tez al claroscuro, mientras sus alas de una sola pluma se erguían caprichosas a los lados sin acomodarse a la geometría del lugar.
No dejaban de mirarse el uno al otro, como si entre sus pupilas hubiera un imán.
La guardiana observaba tal escena y aunque no comprendía mucho, lo hacía con toda su devoción como cuando el público persigue el canto de Madama Butterfly al ver a Pinkerton: la Niña Azul llegó primero ante él.
Aunque estaba ansiosa, esperó pacientemente hasta que el Señor Solo se compusiera y recuperara el revestimiento de lunares de cristal de agua que protege su cuerpo alado. Después él habría de ponerse de pie para saludarla con un fuerte abrazo…y digo tan sólo un abrazo, pues a los dos los ataca la timidez cuando se dan un beso en público.
Ante la desilusión que se llevó frente a semejante saludo tan poco explosivo, la guardiana expectante dio todo por terminado y marcialmente se dispuso a cerrar los telones del aposento congelado para invitar a las dos criaturas misteriosas a salir a la ciudad de paredes cóncavas.
-¡Espera mi Niña Azul! Es el momento de desenterrar una nueva. Te traje este regalo. Interrumpió el Señor Solo refiriéndose al secreto que permaneció quieto y callado durante todo este tiempo en medio de las corrientes frías y sorpresivas de los blancos dedos de su mano.
-¿Qué será, acaso una cajita de música de cuerda o un perfume abrasador, un dulce de la mística cocoa, una caricia de seda o más bien un puñado de flores de colores lunáticos? Dijo la Niña Azul con ojos soñadores.
El Señor Solo abrió lentamente su mano dejando brillar ante los ojos inocentes de ella la magia de una Flor. Y no una cualquiera, pues esta flor era una especie de observar con cautela por la línea de colores bermejos, marfiles, azulados y esmeraldados, que difícilmente se podría seguir de principio a fin.
Sus pétalos parecían carnosos y fuertes, pero al tacto eran simplemente una ligera película que pendía de la realidad, uniéndose a un borde purpúreo que contenía el centro generosamente poblado de formas redondas diminutas entre blancas y quemadas, atravesadas por ligeras agujas azules en su mayoría, entre otras verdes, fucsias y plateadas.
-Esta no es como todas las demás, y pocos la conocen porque nace y muere en lugares atestados de laberintos naturales de los que sólo seres como yo hemos podido salir. Yo busco esta flor, porque sé que nadie más la puede encontrar. Tiene magia y conoce muy bien a todas las plantas a su alrededor. Siente los pasos de los animales o de curiosos y se esconde, pero puede curar a los que están muy cerca. Sólo escoge a un amigo, y de él, guarda todos sus tesoros. Respondió el Señor Solo con un poco de misterio, acercando lentamente la Flor a las manos de la Niña Azul, mientras trazaba círculos acariciando con orgullo el centro de la flor domada, que al tacto se camuflaba en unos visos azules llenos de luz.
Ella, ilusionada, no esperó mucho y con ansiedad se apoderó de los ademanes del Señor Solo para hacer lo mismo sobre el centro de la Flor, sin obtener éxito alguno. Pero al repetir esta acción unas cuantas veces más anhelando maravillas, algo extraño sucedió. De los costados purpúreos del centro de esta Flor empezaron a crecer pequeñas hojas que rápidamente se fueron abrazando unas a otras formando un tubo que en pocos segundos atrapó el dedo de la Niña Azul.
Ella no sabía qué hacer pues nunca había estado lista para zambullirse en sorpresas tan extrañas, y si alguna vez había llegado lejos, tan solo se había atrevido a reír de locura mirando el horizonte junto a su sombra hedonista.
Esta vez el tiempo era poco y el Señor Solo se decía para sí que de este modo las cosas no debían suceder, mientras el tallo de la Flor gobernaba más espacio en el dedo de la Niña Azul. Ella buscaba con sus ojos voladores la ayuda de su sombra loca.
La guardiana hace mucho rato había abandonado la Casa Fría y Calculadora para meterse en un bus gusano viendo las calles corriendo al revés, y nuestros extraños tortolitos no habían podido tener la oportunidad de anclarla en ese lugar como ayudante o testigo para cuando contaran semejante hecho tan descabellado a sus amigos. ¿Quién lo creería?
A este punto la Niña Azul tenía un largo dedo de color verde que se extendía erguido finalizando orgullosamente con una hermosa, extraña y exótica Flor. ¿Cómo explicar esto a los demás?
Era algo tan ilógico que simple y evidentemente era…para destornillarse de la risa. El Señor Solo parecía a veces estar a punto de cantar o de estornudar de la risa, mientras las pequitas de la Niña Azul estaban a punto de estallar en un temblor de carcajadas. Parecían Polilla y Mostaza burlándose de la embriagada velada romántica de Titania y su animal encantado.
-¿Si ves? No importa. Aquí estoy yo. Todo tendrá solución. Me gusta verte reír, mi Niña Azul, y también me gusta quedarme contigo absorto en el silencio esperando a que te imagines mis alas sin tener que mirarlas, a que me admires sin estudiarme. Dijo suavemente el Señor Solo abrazándola por la espalda.
-Y a mi me derrite el alma cuando me abrazas tan fuerte que puedes sentir los latidos de mi corazón y adivinar mis ideas que están naciendo en el aire. Pareciera que las respuestas fueran muy fáciles de encontrar. Respondió ella sin perder aún su timidez enmascarada. Otro abrazo estrechado no dejó ver qué sentían o decían en esos momentos, y la noche vestida de cansancio se apoderó de ellos.
-La isla se hunde para llevarnos al mundo de los sueños. Vamos y te llevo a tu casa. Respondió el Señor Solo ya entre-dormido.
-Vamos tú, yo y ella. Ahora no estamos solos. Respondió la Niña Azul avanzando a pasos soñolientos. Arrullados por la noche mientras volaban veloces en el agua de la ciudad, pensaban en el modo en que debían adoptar y cuidar a la Flor incidental dándole vida cada día para que no muriera.
A veces, releyendo este cuento onírico, dudo si el que llevara la Flor incrustada en el dedo debería ser el Señor Solo. Bueno, sólo digo esto por intentar hacer un balance en la vida, porque el sexo femenino siempre carga con el peso de la terrenalidad y la fecundidad matando los encantos del alma, mientras el masculino puede moverse más alto en el vuelo de la espiritualidad, creyendo, reinventando y olvidando la copiosa misión de cuidar lo que haya sembrado en la Tierra.
No es tan sencillo. Ésta es la primera vez que he creado unos personajes tan fantásticos que ni yo mismo conozco y me aterra admitir que no sé cuál será su vuelo porque se han salido de mis parámetros, como si se hubieran metido en esa densa y borrosa lluvia de todos los días. O quizás llueven tantas historias e inventos fantásticos en esta ciudad hacinada que se convierten en ruido y los artistas no logramos comprender nuestros propios trazos. Lo mismo le debe suceder a Dios.
En fin, unas horas más tarde, la Niña Azul abandonó el mundo onírico para abrir sus ojos lentamente, sintiendo un fuerte dolor en su dedo índice. Levantó su mano en medio de la oscuridad de la madrugada y se dio cuenta que no existía ese largo tallo que se estiraba hasta convertirse en Flor, y en cambio había un brillante anillo que aprisionaba incisivamente el dedo cortando la circulación.
Se sentó en la cama aterrada y, a pesar del dolor, logró retirarlo lentamente.
Cuando un calor aliviador abrazó su dedo osado, ella observó el anillo que estaba ahora en la cama titilando con un reflejo de la luna, como si estuviese llamando su atención.
Sólo pensó que era un anillo tan lindo que no podía dejar de mirarlo.
Luego volvió a su mente el sueño de la Flor, la Niña Azul y el Señor Solo, que aún permanecía tibio en su memoria tan claro y real, encantador.
Ahí, muda y ausente en la madrugada de tiempo inmóvil, escuchó el tamborileo de las primeras gotas de lluvia de un nuevo día.
Aún se preguntaba por qué había aparecido ese anillo en su dedo índice. ¿Acaso había algo importante para recordar?

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